Una «casi» divorciada, un desertor, un soldado, un tatuado y varios «Juan Nadie»

iglesia santa catalina murcia

Los libros de defunciones suelen ser los «patitos feos» para muchos genealogistas(1). Y la verdad es que no lo entiendo. Es cierto que en numerosos casos nos ofrecen información genealógica con menor detalle que otros registros parroquiales (en la mayoría de los casos, suele limitarse a mencionar a los padres si el difunto es párvulo o soltero, y al esposo/a si es casado o viudo), pero, en mi opinión, lo compensa la perfecta radiografía que estos registros nos ofrecen de un momento y un lugar determinado. Además, en ocasiones, el párroco es particularmente detallista y la partida es puro deleite para un historiador. Si la flauta suena, y el registro es de un familiar, entonces… ¡ay, entonces! Te tocó la lotería, amigo. Vislumbras la salida para ese laberinto imposible, aparece la pieza que faltaba para hacer inteligible esa rama que parecía cortada, se enciende esa lucecita y ¡Eureka! Ahí están las respuestas. ¡Bendito libro de defunciones!

En esas estaba cuando me topé con uno de estos mágicos libros de Defunciones. Pertenece a la Iglesia de Santa Catalina (Murcia) y recoge las defunciones de esta parroquia a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII. Más allá de los hallazgos genealógicos propios, me he encontrado con una auténtica joyita documental que he disfrutado página a página: una mujer en proceso de divorcio, un desertor, varios ahogados en el río descritos con todo lujo de detalles por si en un futuro pudieran ser reconocidos (uno de ellos, tatuado), etc.

Pero, dejemos que hablen los libros…

1. Nicolasa y su demanda de divorcio

«Algo» debió sucederle a Nicolasa, Doña Nicolasa, Galtero Alemán para que decidiera abandonar su casa, poner demanda de divorcio a su segundo marido, Don Juan Antonio Galtero, y marchar a vivir a casa de su hermano donde permaneció «depositada» un par de años antes de que le alcanzara la muerte. Las causas no las menciona el párroco, pero sí anota que la primera sentencia le fue favorable y que el marido decidió apelar.

demanda de divorcio

Tantísimos detalles en un libro de defunciones tiene una explicación bastante prosaica. Nicolasa vivía en una parroquia, su hermano en otra. El tener residencia en una u otra parroquia repercutía en el pago de primicias así como en las «costas» de la muerte (sí, triste, pero cierto). Por tanto, los párrocos de ambas parroquias decidieron poner las cosas en claro y repartirse como buenos hermanos los «ingresos» por esta defunción.

derechos defuncion

2. Ahogados y desamparados

Dramática es la sucesión de registros de defunción  en los que se recoge a ahogados en el río o en el Puerto de Cartagena en poco más de una década. Dramática además porque en la mayoría de los casos los cuerpos serán enterrados sin haber podido ser identificados. El procedimiento siempre era el mismo y de ello dejaba constancia el párroco: La Justicia real llevaba el cuerpo al pórtico de la Iglesia donde era expuesto públicamente para intentar identificar al finado. La desfiguración del rostro, el hedor, la inexistencia de señales… hacía que muchos fueran enterrados finalmente sin poderles poner nombre. Sin embargo, en algunas ocasiones, el cuerpo llega a ser reconocido, y en otras, el registro de defunción se nos muestra como una auténtica ficha policial, repleta de datos y detalles (imagino que con la esperanza de que alguno de ellos llegara a poder ser identificado en un futuro).

desamparado ahogado

Un caso curioso es el de Jose Bermudez, marido de Catalina Martinez. José fue encontrado ahogado en la Acequia Mayor de la ciudad de Murcia. Desfigurado y sin reconocer fue enterrado en la Iglesia de Santa Catalina. Posteriormente, a petición de la Real Justicia se abrió la sepultura y, gracias a tener estampada la imagen de la Virgen en un brazo, pudo ser reconocido.

tatuado

3. Soldados y desertores

Desertar es peligroso, pero como decía mi bisabuela, por más que te escondas «allí donde estés, está la muerte». Este pensamiento es lo que me ha venido a la mente al leer la muerte en 1768 de Juan Escribano, desertor, quien falleció de grave accidente, pero «natural», en una partida de cuatro soldados en la Venta del Jimenado. La partida continuó su marcha con el finado a cuestas hasta la ciudad de Murcia donde hubo de ser reconocido por el cirujano quien dictaría su muerte natural.

desertor2

En la misma línea de muertes accidentales, encontramos en 1770 la muerte del soldado de Dragones Pedro Olivares, ahogado en el río Segura.

ahogado soldado

Estas muertes «lejos de tu casa» o más aún  aquellas «sin epitafio» son las que me producen mayor inquietud, sobre todo por aquellos que murieron con el desconocimiento del último destino de un familiar.


(1) Obviando ese «pequeño» asuntillo por el que ya para muchos, genealogistas y no genealogistas, los muertos, muertos están y mejor dejarlos tranquilos, y a los que revisar estos libros se les antoja como remover aún más su polvo y regodearse en él. 

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