Epidemias y pandemias… nada nuevo bajo el sol en estos nuevos (o viejos) tiempos…
Contagios, pestes y gripes… van surgiendo de entre las hojas a medida que retrocedes en el tiempo y avanzas en el conocimiento de aquellos que fueron y que de algún modo siguen siendo los tuyos.
Como ejemplo, de entre muchos, mi recuerdo hacia Francisca Rufete quien quedó huérfana de padre y madre tras el contagio de 1648 con apenas ocho años de edad…

Lo inesperado de la muerte de sus padres en palabras del nieto de Francisca, Joseph Navarro:

«… del mal del contagio»
Ese «mal del contagio» tiene nombre y es bien conocido por los historiadores: la peste que azotó Europa a mediados del siglo XVII y que alcanzó el reino de Murcia en 1648.
El primer día de febrero, el Pleno del Ayuntamiento de Murcia recoge en sus actas noticias llegadas de Orihuela y arrabales. El «mal contagioso» está próximo y envían comisarios:


Así, ante el temor de la ciudad de Murcia por el avance de la peste el Ayuntamiento solicita respuestas ante el Sr. Corregidor. Éste remite noticias inquietantes y preocupantes:
«Las noticias que aquí se tienen de la ciudad de Orihuela y otras partes, son las mismas que antes en razón del contagio y aún hoy tiene más viveza la enfermedad, conforme a lo que se ha reconocido, y así esta ciudad está con todo cuidado y el mismo conviene se tenga en esa que tanto importa a la vida. Aquí, conforme con lo que los médicos insinúan, son unas calenturas malignas, dolores de costado y tabardillo que a los enfermos dan muerte con mucha celeridad. Dios lo remedie como puede y a V. S. guarde los muchos años que deseo«. Murcia 2 de abril del 1648. D. Martín de Reina y Narváez.
Fueron tiempos durísimos.

En lo tocante a que saquen los muertos de las casas… 12 Mayo de 1648, Murcia.
Hoy hablamos de «estado de alarma» y «confinamiento». Hace casi cuatrocientos años, las autoridades intentaban igualmente confinar el contagio aunque con medidas bastante más «expeditivas»: aquel que no obedeciera e intentara entrar a la ciudad o a su término podían llegar a ser escopeteados ante testigos, otras medidas no menos duras eran azotes y cuatro años de galeras a aquellos que contravinieran las disposiciones.
Hoy asaltamos los supermercados, en el pasado aquellos que más tenían intentaron huir de la peste acaparando todo tipo de alimentos a precios elevadísimos… El instinto de supervivencia hoy, el instinto de supervivencia ayer.
De la gravedad de la epidemia sobre la situación de la ciudad de Murcia en abril de 1648 nos rinde cuenta el siguiente informe:
«D. Andrés de Chaves, Médico de esta ciudad de Cartagena digo, que cumpliendo con el acuerdo de esta Ciudad estuve en la de Murcia a reconocer la epidemia que allí corre que es una fiebre epidemia maligna y contagiosa con accidentes muy rigurosos y bubones en las ingles y tumores en los brazos, parótidas en las orejas, secas en las glándulas del cuello, carbunclos en muchas partes del cuerpo, con otros incidentes perniciosos de que han muerto muchos con brevedad.
(…)
Pero con todo eso, por ser como es esta enfermedad muy difícil de conocer a los principios, como lo fue en Valencia el año pasado antecedente de seiscientos cuarenta y siete, donde no se determinaron los médicos de aquella ciudad a declarar que era pestilente el mal que corría, de que se siguieron grandes daños y estragos general de sus vecinos y, por estar como está ahora de presente infeccionados los lugares de Orihuela y Elche que confinan y parten jurisdicción con la dicha ciudad de Murcia, de donde por la vecindad pudo habérsele comunicado algún daño, me parece que seria lo más seguro que esta ciudad (Cartagena) se debe guardar de la de Murcia, estando tan cercana como está la una de la otra, y de lo contrario se pueden seguir grandes inconvenientes en la salud y bien público porque aunque como he dicho, la causa por ser tan oculta de la infección del aire no está averiguada, podría ser, cuando llegara a declararse, no tener remedio y ser inútil entonces la guarda, después de extendido el mal hasta esta ciudad, de más que lo que se conoce y está averiguado es que, la enfermedad que corre en la ciudad de Murcia es aguda, maligna y contagiosa, y a esto debe estar atenta esta ciudad para hacer cualquier diligencia en razón de su conservación y guarda del mal que la amenaza, y así lo entiendo por lo que debo a mi oficio y al bien público que a mi cargo tengo, y este es mi parecer y lo firmo«.
Este brote epidémico que azotó Europa entre 1646 y 1652 se sufrió también en la vecina Orihuela. Allí, Sebastián Trigueros será otra de sus victimas y las consecuencias, durísimas para toda la familia y vecinos, ya que implicaron la quema de todos aquellos bienes de la familia que pudieran resultar susceptibles de contagio así como la cuarentena de los vecinos próximos a un colmenar en el campo de La Matanza. Por cierto, Sebastián fue una de las primeras víctimas del contagio en la ciudad de Orihuela en febrero de 1648 y el fin de la epidemia no será comunicado en pregón hasta finales de agosto de ese mismo año. Tiempos duros para la ciudad, tiempos muy duros para sus ciudadanos.