Érase que se era un 30 de octubre de 1607. Érase un notario público (1), éranse dos doctores en medicina (2), érase un siciliano natural de Palermo (3) y érase una mujer enferma de «subpresión» de orina que la estaba llevando a «muy cercana a la muerte» (4). Érase una ciudad, Orihuela.
La enferma tras ser tratada por médicos peritos y doctos y haber sido tratada, e incluso, «jeringada» sin éxito, fue vista por el siciliano ·rehecho· quien le aplicó un aceite magistral compuesto por su industria. María por espacio de tres horas echó muchísimas arenas, viscosidades, sangre «empudrecida» y malos humores.
De todo ello se dio buena fe: «fueron ocularmente vistas y enseñadas en dos escudillas ante el notario susodicho y doctores en medicina».
La propia María López juró en forma que por verdad que el dicho siciliano en dicho tiempo y espacio de tres días mediante Dios y su medicamento del aceite magistral le había curado de dicha enfermedad y que ya se encontraba «buena, sana y sin lesión alguna».
De modo que el notario mediante certificatoria dio fe de que dicho aceite magistral era «muy provechoso y saludable».
Y hablando de aceites magistrales del pasado… ¿Sería realmente tan efectivo? ¿Dónde descansará ahora la receta de Pedro de Caxena? ¿Perdida en los tiempos? ¿Habrá llegado de alguna manera a nuestros días? ¿Qué composición tendría este aceite magistral? En cuanto a la efectividad de los aceites magistrales del pasado, es curioso pensar en su potencial. Estos aceites solían ser altamente valorados por sus propiedades y beneficios para la salud y el bienestar. La receta de Pedro de Caxena, que hoy en día permanece perdida en los abismos del tiempo, podría haber sido una fórmula preciada y única. Es fascinante imaginar qué ingredientes secretos compondrían este aceite magistral y cómo podría haber sido su proceso de elaboración. Aunque lamentablemente no podemos saber con certeza lo que pasó con esta receta, resulta interesante especular si se ha transmitido de alguna manera a lo largo de los siglos, o si se perdió para siempre en el pasado.
Por imaginar, este aceite magistral podría ser una sinergia de tomillo, orégano, romero, mejorana…, pero después de indagar un poco, me parece que debió ser un compuesto bastante más complicado. Conocemos el «aceite de Aparicio», un aceite famoso en los siglos XVI y XVIII como remedio medicinal y del que sabe la fórmula al ser trasmitida por la esposa de Aparicio de Zubia, Isabel Pérez, en 1567 al doctor San Pedro y al boticario Diego de Burgos (5). Este aceite estaba compuesto, nada más y nada menos, por tres libras de aceite, 2 libras de trementina de abeto, 1 litro de vino blanco, media libra de polvo de incienso, dos puñados de trigo limpio, media libra de harina de hipérico, dos onzas de valeriana y otras dos onzas de cardo bendito. Los ingredientes eran macerados y cocidos en una preparación bastante simple, pero sus efectos parece que eran milagrosos, en particular, para cerrar heridas.
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(1) Baltasar Voltes de Gea.
(2) Salvador Carañana y Joan Mancebon.
(3) Pedro de Cajena, siciliano de Palermo.


(4) María López, mujer de Joan López, molinero de Orihuela.
(5) Herrera Dávila, J,: «Una apología sevillana del aceite de Aparicio» en 38th International Congress for the History of the Pharmacy. Sevilla, 2007.